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_Arte y artistas flamencos_ (Madrid, 1935) convirtió a Fernando el de Triana
(1867-1940) en el primer profesional de lo jondo que abordó, literariamente,
este tema. Si su faceta como ensayista y biógrafo de este género folklórico,
que condensa en un único y raro tomo, es ilustrativa de una personalidad rica,
no lo son menos otras que le consagran, quizás, como uno de los artistas
flamencos más polifacéticos: Cantaor notable, entre los reconocidos de su
tiempo, inclinado a palos como la soleá, la taranta, la malagueña o el
fandango alosnero, de los que funda
escuela y divulga, es autor de …
_Arte y artistas flamencos_ (Madrid, 1935) convirtió a Fernando el de Triana
(1867-1940) en el primer profesional de lo jondo que abordó, literariamente,
este tema. Si su faceta como ensayista y biógrafo de este género folklórico,
que condensa en un único y raro tomo, es ilustrativa de una personalidad rica,
no lo son menos otras que le consagran, quizás, como uno de los artistas
flamencos más polifacéticos: Cantaor notable, entre los reconocidos de su
tiempo, inclinado a palos como la soleá, la taranta, la malagueña o el
fandango alosnero, de los que funda
escuela y divulga, es autor de buena parte de las letras de su repertorio y
del de muchos, al ser uno de los poetas populares más pirateados de la lírica
flamenca; conferenciante, bailaba con _duende_, pulsaba con destreza su
guitarra, fue crítico certero y formó compañía propia durante años. Artista
'total' y dueño de una fina sensibilidad, fue un verdadero enciclopedista.
Hasta que el canónigo Loaysa decide inventariar a fines del siglo
XVII, sistemáticamente, la losas sepulcrales de la Catedral de Sevilla, nadie
se había percatado de la importancia de algo (en los pies mismos) que había
adquirido solera arqueológica. Su recopilación de epitafios y la de sus
continuadores cobra, si cabe, más importancia si se tiene en cuenta que las
obras en el edificio llevadas a cabo en los siglos XIX y XX, hermoseando su
pavimento, eliminaron de paso el concepto de 'templo', bajo una serie de
condiciones, como cementerio de eclesiásticos, cofradías, fundadores de
capillas o seglares adinerados, …
Hasta que el canónigo Loaysa decide inventariar a fines del siglo
XVII, sistemáticamente, la losas sepulcrales de la Catedral de Sevilla, nadie
se había percatado de la importancia de algo (en los pies mismos) que había
adquirido solera arqueológica. Su recopilación de epitafios y la de sus
continuadores cobra, si cabe, más importancia si se tiene en cuenta que las
obras en el edificio llevadas a cabo en los siglos XIX y XX, hermoseando su
pavimento, eliminaron de paso el concepto de 'templo', bajo una serie de
condiciones, como cementerio de eclesiásticos, cofradías, fundadores de
capillas o seglares adinerados, pues desde el último tercio del XVIII se
publicaron ordenanzas reales prohibiendo las inhumaciones en iglesias por
razón de sanidad pública, sobre todo a partir de la promulgada por Carlos III
en 1787, aunque el clero continuó ejercitando sus derechos consuetudinarios.
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