Una década antes, Chile no había sido más que un sombrío regimiento militar. La transición, lenta, tortuosa, vacilante, tocaba a su fin. No todos lo comprendían en ese momento, pero el país se preparaba entonces para el desenfreno, para el desparpajo de sus clases dominantes, para el triunfo del capital sin culpas, del dinero, del arribismo, de una ostentación nunca antes vista, de los nuevos ricos riquísimos, de las élites y sus ghettos en suburbios, colegios y universidades precordilleranas. De un nuevo idioma, de un nuevo orden más desigual, más injusto, más fragmentado, pero más fastuoso, más internacional, más moderno, …
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